

La idea de la muerte hace temblar a muchos hombres, incluso a muchos cristianos. Es natural cierto temor ante lo desconocido, como también el dolor por la separación de una persona querida. Pero para muchos no se trata sólo de esto: En el fondo, no creen que también nuestros cuerpos resucitarán como el de Cristo. Piensan que después de la muerte llevaremos una especie de vida a medias, como hombres incompletos, como ánimas.
María, en el misterio de su Asunción en cuerpo y alma al cielo, nos recuerda que la plenitud del hombre se alcanza precisamente más allá de la muerte. Recién allá Cristo colmará nuestra alma y nuestro cuerpo de su vida nueva. Recién allá se alcanzará nuestra liberación definitiva, que incluye también la liberación de la muerte.
Por eso, sólo Cristo es nuestro verdadero Liberador, que nos resucitará a todos.
María, en el misterio de su Asunción en cuerpo y alma al cielo, nos recuerda que la plenitud del hombre se alcanza precisamente más allá de la muerte. Recién allá Cristo colmará nuestra alma y nuestro cuerpo de su vida nueva. Recién allá se alcanzará nuestra liberación definitiva, que incluye también la liberación de la muerte.
Por eso, sólo Cristo es nuestro verdadero Liberador, que nos resucitará a todos.


Pero parece que Dios quiso proclamar además, en la imagen de la Asunta, la dignidad del cuerpo humano y, muy especialmente, del cuerpo de la mujer. Cada mujer nació para ser una imagen de María, para irradiar esa nobleza y realeza de María. Cuando encontramos niñas y mujeres así, nos emocionan, porque son como un recuerdo o un anticipo del cielo.
Sin embargo, nuestro mundo de hoy se esfuerza para destruir esta imagen noble de la mujer, reduciéndola a la simple categoría de instrumento de placer. Basta mirar los quioscos de revistas para ver la imagen de mujer que se le vende hoy a las personas.

Acusamos al mundo en que vivimos de ser frío e impersonal, en que el hombre se siente manipulado y explotado. Decimos que es un mundo, donde el hombre vale solo por la utilidad económica y política para los que tienen el poder. Esto se debe en gran parte a que vivimos en una sociedad masculinizada. Por el contrario, lo personal, lo familiar, lo acogedor, todo esto va precisamente en la línea de los valores propios de la mujer. Es propio de la mujer, dar alma, dar ambiente de hogar. Por eso, el mundo seguirá siendo frío, hasta que la mujer deje de renunciar a sus valores propios, para poder surgir en nuestra sociedad masculinizada.
2 comentarios:
MUY BUENO, GRACIAS GRACIELA Y HERMANA, CADA VEZ TENEMOS MAS MATERIAL PARA TRABAJAR
muy beno felicitaciones
Publicar un comentario